La ansiedad es una reacción emocional humana en situaciones en las que se prevé un resultado negativo, un peligro o una amenaza, y esto genera un estado de nerviosismo, de alerta. Tiene una función básica: la supervivencia. El cuerpo y la mente reaccionan ante este peligro. Preocupación, inseguridad y dificultades para tomar decisiones son algunas de las señales a nivel cognitivo que el organismo, a nivel físico, traduce en sudoración, tensión muscular, aumento de la tensión arterial y la frecuencia cardiaca, temblor en las extremidades y sequedad bucal. Estos síntomas están provocados por el aumento de la producción de diferentes sustancias químicas, como la adrenalina, relacionadas con el hecho de huir o luchar ante la situación amenazante.
Si no se resuelve esta situación, pueden manifestarse dolor de cabeza, trastornos gastrointestinales y contracturas musculares. A nivel conductual, se percibe inquietud, agitación, tensión y preocupación, la persona puede bloquearse e, incluso, echarse a llorar. También pueden darse dificultades para conciliar el sueño o para tener un descanso reparador.
Se convierte en trastorno cuando la persona sobrelleva una ansiedad excesiva para los problemas que sufre, de manera diaria, que se prolonga más allá de seis meses y que uno siente que no puede controlar. Además, sobrepasa el ámbito inicial donde se generó y se expande a todos los ámbitos del afectado, que vive cargado de preocupaciones, agobiado y con sensación de no tener el control de su vida.
Recomendaciones que ayudan a prevenir o reducir la ansiedad:
Comer sano, de forma equilibrada y evitar las comidas que provocan digestiones pesadas; no abusar del alcohol; tomarse el tiempo necesario para comer, sin prisas, aprovecharlo como momento de descanso de actividades; y mejor hacerlo con compañía.
Dormir suficiente. Es importante dejar el trabajo y las preocupaciones en la oficina.
Incluir una práctica moderada de algún deporte o ejercicio físico, como andar rápido. La actividad que se hace al aire libre y con allegados, además, ayuda a airear los pensamientos.
La organización del tiempo y las actividades evitan preocupaciones y nerviosismo y favorecen el descanso. Intentar ser puntuales a las citas y aprender a escoger cuando no se llegue a todo.
La mejor actitud ante los problemas es hacerles frente. Tomar decisiones planteando el problema, analizando los pros y contras y eligiendo la solución menos mala; una vez hecha la elección, no volver atrás.
Reconocer los méritos propios ayuda a la autoestima. Si los resultados de una acción no han sido buenos, reconocerlo, analizar los errores y corregirlo. De nada vale culparse ni hacerse reproches. Hay que aprender a respetarse y quererse.
Reforzar las conductas positivas de nuestros allegados con muestras de afecto, sonrisas, algún detalle, etc.
También sería muy recomendable el entrenamiento en técnicas de control de ansiedad y estrés, como la relajación, leer algún libro de autoayuda asegurándose de que se base en la evidencia científica, aprender a decir no, exponerse a la situación que nos angustia poco a poco, practicar habilidades sociales y, ante dificultades para controlar el nivel de estrés, ponerse en manos de un especialista.
Articulo publicado en el Diario «El Económico» 29/09/2017 www.eleconomico.es
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